Dicen que las apariencias engañan. También en el deporte. A simple vista, una primera impresión de Mireia Rodríguez Salvador no casa con la modalidad que practica. Su cara de niña, su sonrisa dulce, su aspecto casi angelical, su escasa estatura (no llega al 1,50m) y su teórica fragilidad parecen incompatibles con una disciplina tan física y explosiva como el judo. Sin embargo, el candor, casi la ternura, que inspira Mireia son solo elementos externos. Como si quisiera jugar al despiste. Detrás de esa diminuta figura, se esconde una extraordinaria competidora. Cuando comparece en el tatami, la deportista nacida en la población alicantina de Castalla se transforma. La combinación entre su talento, la extraordinaria madurez para su edad (17 años), su ambición y sus inagotables recursos la convierten en una rival temible. Mireia es la judoca indestructible. Mejor dicho, lo era. Hasta el pasado 30 de junio.
Aquel día, Mireia Rodríguez acudía pletórica al Campeonato de Europa cadete de Lituania. Era una de las favoritas para ascender al podio. Sin embargo, un inoportuno contratiempo iba a interponerse en su camino y le iba a condicionar la segunda mitad del año. Minutos antes de disputar el primer combate, en pleno calentamiento previo, se rompió la clavícula. Un mes más tarde, todavía convaleciente y tras una preparación precaria, se propuso viajar hasta Santiago de Chile, escenario del Mundial cadete. Le pudo su amor y su pasión por el judo. Se impuso su instinto competitivo. Su carácter indomable. Actitud admirable, pero insuficiente. Cayó eliminada en el primer combate, ronda de octavos de final. Con este precedente, y tras resentirse hace pocas semanas, la deportista de Castalla ha optado por no presentarse en el Europeo junior de este próximo fin de semana en Eslovenia, certamen para el que se había ganado la clasificación, pese a ser todavía cadete. Y claro, ahora vive días de añoranza. Será un sentimiento fugaz. Tiene todo el futuro por delante.
Sin antecedentes familiares vinculados al judo (su padre practicó el fútbol y el ciclismo; su madre hizo sus pinitos con la gimnasia rítmica), Mireia era inquieta y puro nervio desde bien pequeña. “Era muy activa y nerviosa. Por ello, con solo tres años, mis padres decidieron apuntarme al judo como actividad extraescolar. Me gustó y me sentí bien desde un principio. Ahora este deporte ya forma parte de mi vida. No puedo plantearme mi día a día sin el judo”, explica Mireia. Perfeccionista, autoexigente, ganadora, competitiva, la judoca alicantina disfruta “con la sensación y el cosquilleo en el estómago previos a la competición, aunque a veces me ponga demasiado nerviosa”, explica Mireia.
Antes de caer lesionada, el ejercicio 2017 estaba siendo insuperable. La judoca de Castalla ha subido al podio en siete ocasiones: 2 oros domésticos (en los Nacionales junior y cadete), 2 oros internacionales (Copa de Europa junior de La Coruña, Copa de Europa cadete de Fuengirola), 1 plata internacional y 2 bronces internacionales. Resultados que evidencian el enorme potencial de Mireia. Todavía no tiene decidido lo que cursará cuando se incorpore a la Universidad. “De momento, quiero terminar el Bachiller. El curso 17-18 es muy importante, es la transición de Bachiller a la Universidad, y quiero aprobarlo todo. Posiblemente me incline por algo vinculado con el deporte”, comenta Mireia. A pesar de su juventud, ya le piden consejos y asesoramiento. Sobre todo, su hermana pequeña, Adriana, quien, con tan solo 13 años, empieza a despuntar con los yukos y los ippon. “No es tan bajita como yo, es más alta, y ya comienza a demostrar grandes cualidades. También tiene futuro. Otro motivo para no relajarnos”, comenta, entre risas, la judoca FER. Las que acompañan a ese rostro bondadoso y angelical que se transforma por completo en los tatamis.