Hace un mes, concluyó su noveno año en el circuito mundial de vóley playa. Nueve temporadas de viajes, experiencias y aventuras. Y de incontables anécdotas. Si se lo propusiera, podría escribir un libro de vivencias personales. No defraudaría. Liliana Fernández descansa unas semanas tras el trajín y el frenesí propios de su profesión. La alicantina, de 29 años, ha completado un ejercicio en el que las luces se han impuesto a las sombras. En un ámbito cada vez más exigente, ha habido altibajos y oscilaciones. Las fluctuaciones son inevitables con una competencia tan feroz. Pero el balance final es satisfactorio. Sigue instalada en le élite. Faltó la guinda en los Juegos de Río. No será por falta de méritos en la cita cumbre de la temporada. La espina olímpica sigue clavada en la mente y corazón de Liliana. Habrá que extirparla en Tokio 2020.
Lejos quedan los balbuceantes inicios de curso. En los tres primeros torneos del año (el Open de Maceio, el Grand Slam de Río de Janeiro y el Open de Vitoria), Liliana, junto con su inseparable Elsa Baquerizo, no pudo superar la fase de grupos. No accedió a las eliminatorias finales. Vuelta a casa para sanar las heridas. Para tomar impulso. En clave doméstica, llegó la primera alegría del año: el título en el Campeonato de España Universitario. Un triunfo más modesto, menos relevante, menos mediático, pero de efectos revitalizantes y vigorizantes. La historia empezó a cambiar en el Open chino de Fuzhou, donde ya alcanzó los octavos de final. Y en mayo, chispazos de prestigio. Plata en el Open de Sochi, Rusia, y bronce en el Open de Cincinnati.
Liliana ya había alcanzado la velocidad de crucero con dirección a los Juegos Olímpicos. Antes de Río, no se ocupó un nuevo podio, aunque se rozaron las semifinales en el Major de Hamburgo, en el Grand Slam de Olsztyn, Polonia, y en Major de Klagenfurt, Austria. Los cimientos estaban puestos. La deportista FER llegaba a la cita olímpica de Brasil pletórica de fuerzas y de moral. Y con el objetivo de mejorar la novena plaza obtenida cuatro años antes en Londres. No fue posible. Liliana y Elsa volvieron a enamorar. Conquistaron, de nuevo, el corazón de los aficionados españoles al deporte. Tras una fase de grupos inmaculada, cayeron eliminadas en los octavos de final. Fue un cruce sin concesiones. Salió cruz, pero pudo ser cara. Lágrimas de desolación, pero también de orgullo.
Poco duró la decepción. En apenas una semana, Liliana demostró su madurez y fiabilidad con la consecución del principal éxito del año: la medalla de plata en el Grand Slam de Long Beach, California. En resumen, tres podios y una novena plaza olímpica. Así se escribe la historia del año 2016 para la deportista alicantina. Dentro de 5 meses, la noria volverá a girar. Se iniciará un nuevo ciclo para Liliana. Ciclo deportivo con destino Tokio 2020. Porque la alicantina quiere jugar sus terceros Juegos Olímpicos. Porque la espina clavada le duele. Y quién sabe si ciclo vital. Porque Liliana tampoco descarta, por ejemplo ser madre. Es una de las tantas opciones no estrictamente deportivas que contempla. Solo así, su febril actividad se tomará un respiro.