La estadounidense Gabrielle Douglas, y las rusas Viktoria Komova y Aliya Mustafina ocuparon el podio de la gimnasia artística en los Juegos de Londres 2012. Sus piruetas imposibles, sus acrobacias asombrosas, sus equilibrios inverosímiles, o sus giros vertiginosos, cautivaron a Laura Casabuena García. En aquel momento, Laura apenas tenía 6 años. Por entonces, ya era una niña muy inquieta. Se había iniciado en el judo, pero aquellas imágenes que vio por televisión le impresionaron, le impactaron. Tanto, que les trasladó a sus padres su deseo de empezar a practicar la gimnasia.
Doce años después de aquel flechazo, Laura Casabuena no sólo se ha convertido en una de las grandes sensaciones de la artística española. Además, va a poder emular a aquellas deportistas que, en su día, le fascinaron. Porque la joven gimnasta FER (Alcoi, 18 años) ha protagonizado toda una heroicidad. Laura se ha clasificado para los Juegos de París mediante la vía de las cuatro Copas del Mundo. Un camino tortuoso. Una auténtica montaña rusa de resultados, de sensaciones, de estados de ánimo. Un Maratón de dos meses que ha discurrido por El Cairo, Cottbus, Bakú y Doha. Tras un esfuerzo descomunal, tanto en lo físico como en lo mental, Casabuena ha podido disfrutar de un final feliz. La deportista FER lograba el billete olímpico el pasado sábado en Doha. Además, a lo grande, por partida doble: en barra de equilibrios y en suelo. Y, para que no falte de nada, se encumbró con un bronce en la final de suelo. Apoteósico.
Muy feliz. Es difícil explicarlo. Emocionada, satisfecha, aliviada, sensible, ilusionada… Han pasado ya unos días, pero no me lo acabo de creer. Lo iré asimilando con el paso de las jornadas. Pero, sobre todo, con la sensación de haber logrado el objetivo por el que tanto he luchado, y que me ha obligado a un tremendo esfuerzo.
Ha sido duro y complicado por igual. En lo físico, porque no ha habido tregua desde que arrancó el año. Eran cuatro Copas del Mundo en apenas dos meses. Imposible bajar la guardia. Y en lo mental, porque han sido semanas de permanentes altibajos emocionales. Ilusión y esperanza, pero también presión y ansiedad. Empecé bien; luego, se me complicó: más tarde, me recuperé… Así, hasta llegar al desenlace del sábado. Soy joven, pero no creo que vuelva a enfrentarme a dos meses de tanto estrés y tanta tensión.
Todo lo contrario. El sábado, el día clave, llegué al pabellón muy nerviosa. Intentaba tranquilizarme. Trataba de relajarme. Me decía a mí misma: “vamos, estás ante el momento que has soñado; y lo tienes en la mano”. Pero no podía. Estaba en juego el pasaporte para los Juegos. Mucha presión.
Imposible. De normal, de siempre, y a pesar de que llego cansadísima al final del día, no duermo especialmente bien. Debe de ser que soy muy nerviosa, que lo soy… Por tanto, en esta ocasión, me costo más, si cabe, conciliar el sueño. Dormí algo, sí, pero poco y mal.
Pues en ese momento, sinceramente, no sé ni dónde estaba. Sabía que ya era olímpica, pero todavía no podía celebrarlo a tope porque me faltaba la final de suelo. Ya digo, estaba confusa, desorientada… pero me relajé y me concentré. En el fondo, el subconsciente intervino y me permitió afrontar con más tranquilidad la final de suelo. También me ayudaron mucho las palabras de la seleccionadora, de Lucía Guisado. Por cierto, me salió fenomenal y me llevé el bronce.
Más de 500. No exagero. Entre que no soy muy de móvil y entre la avalancha de mensajes, me va a ser imposible contestar a todas las personas que me escribieron y felicitaron. Desde aquí, pido disculpas.
Lo voy a disputar y, sobre todo, lo voy a disfrutar. Ya soy olímpica, ya tengo el billete de París en la mano, ya ha conseguido el sueño de toda una vida. Ahora, hay que prepararse a tope para esos Juegos, pero antes, está el Europeo. Por supuesto, como siempre, quiero conseguir el mejor resultado, pero va a ser un privilegio afrontar un torneo importante sin la tensión y la presión de los últimos dos meses.