Todo acto de homenaje tiene su lado emotivo. El reconocimiento a una trayectoria, a un logro, a una conquista, acostumbra a dejar testimonios y momentos especiales. De los que impactan, asombran, sorprenden… Así ocurrió también en el evento celebrado este pasado lunes en la sede de la Fundación Trinidad Alfonso, y en el que fueron protagonistas los seis deportistas FER que, hace pocas semanas, ascendieron al podio en los recientes Juegos Paralímpicos. Durante el acto, Ricardo Ten reveló que va a intentar llegar a París 2024; Héctor Catalá repitió que nunca había sufrido tanto como en Tokio a causa de las condiciones climatológicas; Kim López aclaró que, de momento, no piensa operarse de su rodilla, gravemente lesionada en abril de 2018, y añadió que el sueño de alcanzar los 18 metros no fue un arrebato de euforia tras el oro en los Juegos; e Iván Cano se reafirmó en su creencia de que puede saltar más de los 7,04m firmados en la capital nipona.
Sin embargo, hubo dos intervenciones especialmente conmovedoras. Correspondieron a Héctor Cabrera, bronce en lanzamiento de jabalina F13, y a Miriam Martínez, plata en lanzamiento de pedo F36. De ambos, se sabía que, en Tokio, habían competido en condiciones complicadas. Lejos de su plenitud. Distantes de su 100%. Pero los dos aportaron una serie de hechos, informaciones y confesiones novedosas. Desconocidas hasta la fecha y que no dejaron indiferente a nadie.
Para empezar, Miriam Martínez (Ibi, 31 años) relató la dura experiencia vivida en Tokio. Hace ahora tres años, la deportista alicantina sufrió un grave percance personal, un derrame cerebral a causa de una enfermedad autoinmune. Como ella misma se encarga de recordar, su pasión por el deporte (antes del accidente, jugaba al fútbol sala) le devolvió a la vida. Viajaba a Tokio con la ilusión de una niña, “pero justo el día 25 de agosto, el primer día de competiciones, sufrí un brote de mi enfermedad. No me lo esperaba. De repente, mi cuerpo se bloqueó. No podía mover ni brazos ni piernas, y apenas podía tragar y respirar. Me metí en una cama durante seis días e hicimos una terapia con baños de hielo que repetíamos tres veces al día. Nadie me aseguraba que iba a poder competir. Pero yo sabía que, si me motivaba y me concienciaba, la terapia iba a funcionar. Solo pensaba en devolver a mi familia todo lo que le quité aquel día de 2018. Sabía que era mi momento y lo quería aprovechar”, recordaba Miriam.
Después de días de sufrimiento, en los que apenas salía de la habitación de la Villa, llegó el momento de la verdad. “Los médicos me dijeron que iban a intentarlo. El apoyo de Kim López y de Héctor Cabrera fue vital. El día de la competición, todos me dijeron ‘haz lo que puedas’. Esa frase me dio mucha rabia, porque no me conformaba con estar allí, yo quería llegar a lo más alto. Sabía que tenía pocas balas, pero la primera que tuve la aproveché y me colgué la plata. Esa noche la pasé en el hospital. Pero cuando estás en una cama y tienes una medalla de plata al lado, sabes que has vencido”, explica la atleta de Ibi.
Por su parte, Héctor Cabrera (Oliva, 27 años) tuvo que enfrentarse a un doble enemigo: su cabeza y su rodilla. Un mes antes de los Juegos Paralímpicos, estaba hundido. La rodilla de la que se había operado en septiembre de 2020 le impedía rendir a tope. No se veía para competir en Tokio. Por ello, decidió hablar con su entrenador para comunicarle que dejaba el deporte y renunciaba a su sueño de estar en sus segundos Juegos. Pero finalmente encontró la fuerza para seguir.
“En el deporte, la cabeza es clave. Aunque estés muy fuerte, si tu mente dice que no, no hay progresos. La situación que he pasado con la lesión ha sido muy dura. Al ver que mi rodilla no me respondía, me vine abajo. Los Juegos estaban muy cerca y no veía posibilidades de competir al nivel que yo quería. Mi vida gira en torno al deporte. Mi sueño paralímpico se derrumbaba”, relata el deportista de Oliva.
En esos momentos de oscuridad, encontró la motivación necesaria en su entorno más cercano. Las personas que conviven con él cada día y lo conocen perfectamente fueron decisivas para recuperar su mejor versión. “La fuerza la encontré en mi entrenador, en mi pareja, y en compañeros como Kim y Miriam, con los que entreno cada día. También quería corresponder al apoyo del Proyecto FER durante los últimos años. Por todo ello, el bronce de Tokio me sabe a oro”, concluye Héctor.