“Viajo a Armenia con la máxima de las motivaciones y de las ilusiones. Necesito volver a conseguir, de nuevo, un gran resultado. Sinceramente, creo que me lo merezco por haber superado momentos de mucho sufrimiento en los últimos tiempos. Ya está bien de tanto infortunio”. Son palabras de José Quiles (Elda, 24 años) días antes de afrontar el Campeonato de Europa de 2022. El púgil alicantino se reencontraba con su torneo fetiche. En la edición de 2017, celebrada en Ucrania, alcanzó, con sólo 19 años, la medalla de bronce. En la edición de 2020, desarrollada en Londres e interrumpida por el inicio de la crisis sanitaria del covid-19, alcanzó el pasaporte para disputar los Juegos de Tokio.
El deportista FER cruzaba los dedos para que, esta vez, las desgracias pasaran de largo. Por unas razones u otras, Quiles había encadenado muchos episodios adversos. Sobre todo, durante el pasado año. El primer gran golpe lo sufrió en mayo, dos meses antes de los Juegos Olímpicos. Tuvo que pasar, incluso, por el quirófano tras romperse el bíceps de su brazo izquierdo. Llegó a Tokio falto de preparación y lo acusó. El segundo llegó en octubre. Sólo siete días antes del Campeonato del Mundo en Belgrado, se volvía a partir el bíceps. Esta vez, en el brazo derecho. En este caso, ni siquiera pudo acudir al certamen mundialista.
Ahora, todo ha salido casi perfecto. Aunque se quedó a las puertas del título, Quiles (categoría de peso de menos 60 kg) regresa de Armenia con una medalla de plata muy meritoria. De gran simbolismo. Con el paso de los días y las semanas, aún le concederá más valor. Sobre todo, y más allá del trofeo material, el púgil FER ha vuelto a disfrutar sobre el ring. Ha recuperado su mejor versión y, por tanto, ha recobrado confianza, autoestima, seguridad. En suma, el deportista alicantino encuentra el justo premio a su fortaleza, a su resistencia. Después de muchas penalidades, saborea el principal éxito de su carrera deportiva.
Hace unos días, leía una entrevista a Raúl Martínez tras su medalla de plata en el Europeo de taekwondo. Comparto plenamente sus impresiones. Alterno momentos de satisfacción con instantes de frustración. Cuando alcanzas una final, cuando te ves tan cerca del título y del oro, perder es duro. Pero estoy convencido de que, con el paso de las jornadas, le daré un gran valor a esta medalla de plata, tanto por el logro en sí, como por todo lo que significa.
Sinceramente, no creo que haya habido grandes diferencias. Tanto en Rumanía, hace un mes, como en la final de ayer en el Europeo, los combates fueron muy igualados y se han decidido por pequeñas diferencias. Ninguno de los dos ha mostrado una clara superioridad.
Sin duda, ha sido el mejor torneo de mi vida. Aunque empecé con ciertas dudas y falto de ritmo (de hecho, creo que el primer combate, el de octavos de final, fue el peor de los cuatro), a medida que la competición avanzaba, me encontré más suelto, más cómodo, más seguro. Hacía mucho tiempo que no experimentaba estas sensaciones. Por ello, la plata es muy importante, por supuesto, pero casi lo es más volver a sentirme bien en el cuadrilátero.
Ha habido momentos complicados. Sobre todo, por las lesiones. Pero, sin duda, el pasado año fue horrible. Me lesioné de cierta gravedad dos meses antes de Tokio y llegué mermado a los Juegos. Poco después, volví a lesionarme una semana antes del Mundial de Belgrado. No me podía creer tanta mala suerte. Me afectó también mucho la pérdida de un familiar en 2019. Han sido años duros.
El próximo torneo importante es los Juegos Mediterráneos en Argelia. Será a finales de este mes. Con ellos, prácticamente, daremos por acabada la temporada. Y por supuesto, cómo no voy a pensar en París 2024. Tengo en la mente los próximos Juegos desde el mismo momento en que fui eliminado en Tokio. Esa espina aún duele. Sólo pido que las lesiones me respeten. Del resto, me encargo yo.