A las puertas de los Juegos Olímpicos por partida doble. Ni en Tokio ni en París. Pese a su juventud, Javier Mirón (Ibi, 24 años) ya está entrenado en la gestión de la frustración. Por dos veces, ha acariciado, pero no ha atrapado, el billete más deseado. En ambos casos, el desenlace resultó idéntico. Los procesos y las causas, no. En 2021, Tokio se escapó por culpa del covid. A principios de junio de ese año, Javier Mirón logró en Marsella la mínima olímpica internacional en los 800m (paró el crono en unos estelares 1:44:82). Mirón desafiaba a los Mariano García, Adrián Ben, Saúl Ordoñez, Álvaro de Arriba o Pablo Sánchez Valladares. Presentaba su candidatura. No obstante, todo se iba a dilucidar en el Nacional al aire libre, previsto en Getafe. En ese instante supremo, Mirón sufrió mucho. Compitió con fatiga. A los pocos días, llegó la explicación. Había disputado el Campeonato de España con covid. Aquel infortunio, por cierto, supuso el inicio de una travesía por el desierto. Aquella desventura dio paso a casi dos temporadas de inactividad y de todo tipo de lesiones.
La historia previa a los Juegos de París fue distinta. El atleta de Ibi se vio obligado a disputar un incesante carrusel de competiciones. En apenas 50 días, desde el 11 de mayo hasta el 30 de junio, afrontó 10 pruebas. Se exprimió. Es más, ante la durísima competencia nacional en los 800 metros, en pleno proceso, sobre la marcha, lo intentó también en los 1.500m. Buena decisión. Un 18 de junio, en Bilbao, logró la mínima exigida por la Federación Española en esta distancia. El paso era muy importante, pero requería de confirmación. Por una parte, tenía que hacer podio en el Campeonato de España. Lo consiguió. De hecho, minutos después de la plata alcanzada en La Nucía, rompió a llorar… de emoción. Estaba convencido de que llegaría a París vía ranking internacional. Para su desgracia, y a pesar de ser seleccionado por la Federación, sus puntos no resultaron suficientes. El segundo requisito no se cumplió.
Al principio, con esperanza. Pero esa ilusión duró muy poquito. Cuando vi que no subía lo necesario en el ranking, ya sólo podía esperar a que hubiera renuncias, o a que los atletas que me precedían se fueran a otras pruebas y liberaran plazas. No ocurrió.
Suerte, lo que se dice suerte, no he tenido, la verdad (risas). En las dos ocasiones, nos hemos quedado a las puertas. En mi cabeza, aún resuena el ‘casi has sido olímpico’. Me ha dolido más el ‘casi’ de París, el de este pasado verano. No quiero pensar que el atletismo ha sido injusto. No quiero fustigarme. Tengo una nueva oportunidad. Si por fin lo consigo, nos cobraremos esta deuda con más fuerza.
No tengo una respuesta clara. Por el momento, seguiré igual y alternando las dos pruebas. Así, me encuentro cómodo. Creo que son dos pruebas complementarias. Hay tops mundiales que las están compaginando, como Elliot Giles o Jake Wigtman. Iremos tomando decisiones sobre la marcha. Pero los 1.500m no los voy a olvidar.
Ojalá. A pesar de la decepción de no ir a París, todo lo conseguido en las semanas previas me transmite confianza. Por diferentes razones, en momentos especialmente sensibles, no he podido proyectar todo lo que llevo dentro, pero creo que atesoro mucho potencial. Espero que los próximos cuatro años sean los mejores de mi vida deportiva. Y mi mentalidad es muy fuerte. He pasado por todo lo malo y me he curtido. Además, voy a cumplir 25 años. Es decir, por edad, este nuevo ciclo coincide con mi madurez.
La idea es empezar a tope desde ya. Es decir, sí me gustaría estar, al menos, en una de las dos grandes citas internacionales bajo techo. O en el Europeo o en el Mundial. Dicho esto, el gran objetivo es llegar al Mundial al aire libre de Tokio. Es el evento clave del año. Y, sobre todo, quiero acercarme a marcas de 3:30 en los 1.500 y 1:43 en los 800.