Metódico, riguroso, ordenado, profesional. Casi hasta límites obsesivos. Son algunas de las palabras que mejor definen a Héctor Catalá Laparra (Serra, 33 años). No hay mejor ejemplo para atestiguarlo. Cuando vuelve de un viaje largo y se enfrenta a una escala prolongada en cualquier aeropuerto internacional, el componente del Proyecto no espera pacientemente en la terminal del aeródromo el paso de las horas. No se conforma con aguardar la salida del siguiente vuelo entre, por ejemplo, paseos, lectura de algún libro, charlas con sus acompañantes o visionado de alguna película. No. Se va a buscar alguna piscina, más o menos cercana, para hacer un entrenamiento, aunque sea ligero y testimonial. Hoy mismo, de regreso desde Japón, lo ha repetido en Doha. Así, con esta disciplina, con esta actitud tan cartesiana, es como el paratriatleta valenciano (clase PTV1, discapacidad visual) ha ido tejiendo un camino lleno de éxitos. Un brillante palmarés que vivió un momento culminante el pasado sábado, jornada en la que Héctor alcanzó la plata en los Juegos Paralímpicos de Tokio.
No es de extrañar, por tanto, que el binomio que conforman Héctor y su guía, el gallego Gustavo Rodríguez, y que, en lo deportivo, funciona con la precisión de un reloj suizo, encuentre sus momentos más tensos fuera de los entrenamientos y de las competiciones. Gustavo es de los que, no siempre, pero sí de vez en cuando, propone comer o cenar fuera de casa. Héctor, no. El deportista FER prefiere quedarse en casa, cuidar la alimentación de forma minuciosa. Lo de trasnochar, aunque sea esporádicamente, ni se lo plantea. Al final, siempre se impone el equilibrio entre ambos. No podía ser de otra manera tratándose de dos personas inteligentes. Porque el paratriatleta de Serra no es solo un extraordinario deportista. Es licenciado en Ingeniería Industrial, terreno que abandonó en 2015, cuando se sumergió de lleno en el paratriatlón.
Héctor Catalá siente auténtica devoción por el deporte. Por ello, no le importa que las cumbres de Sierra Nevada, en donde está concentrado muchas semanas durante el año, sean como su segunda casa. Por ello, tampoco se rebela ante los exigentes planes de trabajo que le prepara Jordi Jordà Sorolla, su entrenador y, también, artífice de sus éxitos. Por ello, un mes antes de los Juegos, modificó sus horarios para adaptarlos a lo que se encontraría en Tokio. O por ello, en pleno confinamiento, en abril de 2020, fue capaz de ingeniárselas en su casa de Serra para hacer un Half Ironman (1,9 km de natación en una piscina de 3 metros de diámetro, 90 km de ciclismo en una bici estática y 21 km de carrera a pie en una cinta de correr) con fines solidarios.
Tras el enorme desgaste, físico y mental, que han representado los Juegos de Tokio, cualquier otro deportista estaría necesitado de unas vacaciones con urgencia. Sin embargo, Héctor Catalá ya tiene en mente su próximo reto. Y no es un desafío cualquiera. A finales de septiembre, en apenas cuatro semanas, disputará en Valencia el Campeonato de Europa. Otro evento del máximo nivel en el que Héctor quiere reinar. Y, por varios motivos. Primero, por ser todo un certamen continental. También, por competir en casa, ante su gente. Y, por último, y no menos importante, por saldar una cuenta pendiente que no ha olvidado. Hace dos años, también en Valencia, no pudo ser campeón de Europa. Tuvo que conformarse con la segunda plaza. Catalá aún tiene presente esta cicatriz. Quiere cerrarla cuanto antes. Y, desde ya, por supuesto, piensa en París 2024. Allí, buscará el oro. Aunque, para ello, en el proceso previo, tenga que buscar una piscina en cualquier rincón del mundo y evitar esperas en los aeropuertos. Al final, los éxitos no son fruto del azar.