142 días. Navidades, incluidas. Desde el 15 de noviembre del pasado año, hasta el 6 de abril. Éste es el tiempo que Elena López ha pasado en un crucero de lujo. No de vacaciones, precisamente, sino trabajando. Y de esas 142 jornadas, 23 han coincidido con el estado de alarma decretado a mediados de marzo a causa del covid-19. Así de singulares han sido los últimos cinco meses en la vida de la gimnasta valenciana, subcampeona olímpica con el equipo español de rítmica en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro y, en la actualidad, integrante de la categoría ReFERente del Proyecto FER.
A finales del pasado año, Elena López decidió embarcarse (nunca mejor dicho) en una nueva aventura profesional. La deportista natural de Turís se convirtió en uno de los 2.000 tripulantes de un imponente crucero alemán. “Impresionaba verlo. Tenía 19 plantas. Era una ciudad flotante. A las 2.000 personas que, de una forma u otra, trabajábamos en el buque, había que añadir a casi 6.000 pasajeros. Yo formaba parte de la tripulación como componente del equipo de acróbatas, bailarines y gimnastas que realizábamos unos espectáculos en el teatro del barco. Una atracción parecida al Circo del Sol. Me ofrecieron esta propuesta y me resultó interesante. El barco zarpaba desde Las Palmas, paraba en Tenerife, Fuerteventura y Lanzarote, llegaba hasta la isla portuguesa de Madeira y volvía a su punto de origen. Cada viaje duraba una semana. Y la práctica totalidad de los turistas era de nacionalidad alemana”, explica Elena López.
La ReFERente del Proyecto FER tenía previsto acabar esta nueva experiencia profesional el 28 de marzo. Pero dos semanas antes de la conclusión de la travesía, se desencadenaron los acontecimientos. Hasta ese momento, Elena López lo llevaba bastante bien. Alternaba sus coreografías con días de descanso. Incluso, participaba de las excursiones en tierra firme. “Aunque todas las semanas eran las mismas paradas y destinos, sí que me animaba a dar paseos por Tenerife, Lanzarote o Madeira. Así cambiaba de aires y de entorno, y se me hacía más llevadero”, rememora la subcampeona olímpica.
Hasta que llegó el 14 de marzo y se instauró el estado de alarma en España. “A partir de ese momento, todo cambió. Para empezar, el crucero dejó de tener actividad. Los pasajeros abandonaron el buque, pero los 2.000 componentes de la tripulación iniciamos nuestro particular confinamiento. Cada uno de nosotros fuimos reubicados en habitaciones individuales. Cada día, nos tomaban la temperatura a los 2.000. No podíamos salir de las habitaciones, a no ser que fuera para ir al comedor a desayunar, comer o cenar. Y claro, por turnos y respetando la distancia de seguridad entre todos nosotros. O, por ejemplo, se desactivó el sistema de ventilación del crucero. Es decir, no había aire acondicionado. El barco estuvo amarrado en Tenerife desde el 14 hasta el 30 de marzo. En ese momento, nos adentrarnos, de nuevo, en alta mar por razones técnicas. Fueron tres días. El 2 de abril ya estábamos de vuelta”, relata López.
¿Cómo se pasa un confinamiento de 23 días en la habitación de un crucero? “Para empezar, con aburrimiento, desde luego. Hacía algo de gimnasia, leía algún libro, veía alguna serie… pero es obvio que los días se hacían largos. Sobre todo, al estar rodeada de agua. Y más, cuando hablabas con tus familiares y conocías las preocupantes noticias que llegaban desde la península. Nunca había estado tan inactiva durante tanto tiempo” señala Elena. El final de esta truculenta historia llegó el pasado 6 de abril. “En realidad, yo tenía que haber terminado el 28 de marzo. Lo hice sólo una semana más tarde. Pero claro, en unas circunstancias que nunca podía haberme imaginado. El 6 de abril, cogí un vuelo Tenerife-Barcelona. Después, un tren hasta Valencia”, concluye la ReFERente del Proyecto FER. Toda una experiencia difícil de olvidar.