Es habitual que los generosos y admirables decatletas celebren conjuntamente la conclusión de su prueba. Una vez finalizados los 1.500 metros, la décima y última modalidad del decatlón, sus protagonistas se hermanan, confraternizan, entrelazan sus manos y se despiden de los espectadores. En el ritual, se combinan muchos ingredientes. Casi todos, emotivos. Desde la sensación de liberación tras dos días extenuantes, hasta el respeto y la admiración que se profesan todos los atletas. Rivales, pero también compañeros. En la estampa, no hay derrotados. Todos son ganadores. El pasado 8 de agosto, la imagen volvió a repetirse en el Estadio Olímpico de Berlín, escenario hace unas semanas del Campeonato de Europa absoluto. Entre los protagonistas de la instantánea, Jorge Ureña, el combinero de Onil, el deportista FER. El chico tímido de la permanente sonrisa. También en la capital alemana. Ajeno al nuevo infortunio sufrido. Inmune a otra mala jugada del destino.
A punto de cumplir los 25 años, Jorge Ureña sigue esculpiendo su trayectoria a golpes de adversidad. Sobre todo, en los Campeonatos de Europa absolutos. Especialmente cruel fue el episodio protagonizado en Ámsterdam 2016. En menos de media hora, 3 nulos en la prueba de lanzamiento de disco dilapidaron lo que, hasta ese momento, era una actuación magistral, encaminada al podio en el certamen continental y a la obtención de la mínima para acudir a los Juegos de Río 2016. Dos años más tarde, otro capitulo doloroso. Esta vez, en Berlín. Aunque, en términos generales, su puesta en escena estaba siendo peor que la de Ámsterdam, encaraba las tres últimas pruebas con opciones de ser finalista y acabar entre los 8 mejores. Sin embargo, llegó la pértiga, una de sus disciplinas predilectas, y todo se derrumbó. Tres nulos en la primera altura que atacaba, unos accesibles 4,60m, le provocaban otra pesadilla difícil de digerir.
Un mes después de aquel episodio, y con las emociones ya digeridas, este es su relato de los hechos. “Fue una faena, la verdad, por decirlo de forma suave y eufemística. He de ser sincero. No estaba completando el mejor decatlón de mi vida. En la primera jornada, estuve muy discreto en la longitud y el peso. Pero en el segundo día, había empezado muy bien con los 110m vallas. Me coloqué sexto. Me ilusioné. Sin embargo, el paso por el disco me volvió a descentrar. No me ocurrió lo de Ámsterdam, pero fue decepcionante. A pesar de que todavía quedaban 3 pruebas y aún podía remontar, llegué desquiciado y nervioso a la pértiga, una de mis disciplinas favoritas. Y a la primera altura que intentaba, unos 4,60m que, para mí, son muy asequibles, cometí tres nulos. Dos años después, se me volvía a caer el mundo encima. No me lo podía creer. Era una mezcla de incredulidad, frustración, desolación, impotencia… En ese momento, dudas entre abandonar o, aunque ya no queden ni ganas ni alicientes, seguir. Opté por lo segundo. Por lo menos, quería acabarlo. Y aún pude recuperar alguna plaza”, recuerda entre sonrisas.
Una de las principales virtudes personales de Jorge Ureña es su carácter, su talante. Como todo gran deportista, es competitivo, ambicioso, autoexigente, pero no acostumbra a flagelarse tras un fallo o decepción. Lo lamenta, lo siente, por supuesto. Pero pasa página con rapidez. Por ello, no teme que estos dos desdichados capítulos de Ámsterdam y Berlín puedan causarle una especie de psicosis de cara al futuro. “Seguro que no me afecta para las próximas grandes citas. De la misma forma que existen estos dos precedentes negativos, hay grandes experiencias, como la plata europea de Belgrado, la novena plaza en el Mundial de Londres o el ascenso a la Superliga Europea de combinadas. Es más, más que un lastre, lo ocurrido en los dos últimos Campeonatos de Europa al aire libre me van a servir como estímulos para vengarme. Seguro que en el Mundial de Doha 2019 y en los Juegos de Tokio 2020, todo cambia”. Palabra de Jorge Ureña.