Nunca había concedido tantas entrevistas. Nunca había sido reclamada para tantas fotografías. Nunca había recibido tantos homenajes y reconocimientos. Nunca había sido portada en todos los periódicos nacionales. Nunca había absorbido tanto protagonismo. Nunca había acumulado tantos mensajes en su teléfono móvil… En suma, nunca había vivido algo parecido. Tampoco lo imaginó. Todo lo enumerado es lo que ha experimentado Vega Gimeno (Valencia, 33 años) en este memorable 2024. En primer lugar, por el anuncio de su retirada del baloncesto convencional. Además, sobre todo, por haber firmado un verano mágico e inolvidable. En apenas un mes, plata en los Juegos Olímpicos de París, oro en el Campeonato de Europa de Viena. Ahora que ya ha pasado un tiempo, con las pulsaciones estabilizadas, y con las emociones más reposadas, hablamos tranquilamente con la deportista valenciana
Sé que no voy a ser original, pero me quedo con el momento de subir al podio olímpico y recibir la medalla, un instante que nunca imaginé. Ver la cara de la felicidad de mis compañeras fue estremecedor. Y también me quedo con otro momento. Después del segundo día de competición en París, me fundí en un abrazo con mi familia y muchos amigos. Compartir los Juegos Olímpicos con mi gente en la propia sede fue algo inolvidable.
Me quedo con el reconocimiento, con las numerosas muestras de cariño que he recibido por parte de mucha gente del baloncesto. Me he sentido muy querida y valorada. Y añado un apunte más. Más allá de la medalla olímpica, me quedo con la promoción y la visibilidad conseguidas por el 3×3.
No me canso, la verdad. Soy consciente de que, con el paso del tiempo, todo se irá diluyendo y disipando. Por ello, puesto que la llama ha de mantenerse encendida, intento acudir a todos los actos a los que me convocan. Si reivindicamos visibilidad y presencia, hay que ser consecuentes.
Lo noto, sí. En Zaragoza, no tanto, porque allí, desde hace un tiempo, todas las jugadoras del equipo somos bastante populares. Pero en Valencia sí que lo he notado. En las últimas semanas, paseando por la ciudad, me han parado varias veces para saludarme y felicitarme. Me choca, la verdad, pero, en el fondo, es reconfortante.
Claro que tengo cierto temor de que esta fiebre se vaya apagando. Como se suele decir, lo difícil no es llegar, sino mantenerse. Por mi parte, y desde mi modestia y humildad, voy a hacer lo posible para que esta ilusión por el 3×3 se mantenga.
No tengo una respuesta clara. Ya no es por los 37 años que tendré en 2028, sino porque aún quedan cuatro años, y cuatro años es mucho tiempo. Ahora, estoy descansado unos días, lo necesitaba tras un verano tan emocionante e intenso, como exigente y agotador. Después, iremos viendo verano a verano. Mi cuerpo irá hablando y yo le escucharé. Y, sobre todo, seré sincera conmigo misma.