Tenía que ser en Tokio, la cuna del judo, donde Julia Figueroa volviera a exhibir su raza de ganadora, su carácter de campeona. Tras una pesadilla demasiado prolongada, la componente del Proyecto FER recibió ayer la mejor noticia de un año especialmente cruel. Julia (menos 48 kg) se colgó la medalla de plata en el Grand Slam de la capital nipona, el más prestigioso y exigente del calendario internacional. La judoca cordobesa, pero formada en los tatamis valencianos, exhibió en Japón clase, talento, categoría… y madurez. Sólo una mente privilegiada puede sobreponerse al cúmulo de adversidades sufridas en los últimos tiempos y protagonizar una actuación tan estelar. Todo apunta a que este podio no le valdrá para ser la representante nacional en los Juegos de París. La Federación Española parece dispuesta a anunciar, antes de que acabe al año, que la judoca española mejor situada en la actualidad en el ranking olímpico (no es Julia) será la embajadora española en la cita olímpica del próximo verano. Pese a ello, la deportista FER se ha reivindicado en un certamen del máximo nivel. Sus argumentos son tan sonoros como incontestables.
Las lágrimas derramadas nada más ganar la semifinal eran muy significativas. También resultó muy gráfico el eterno abrazo con su entrenador, Sugoi Uriarte. Era una reacción de emoción, de liberación, de satisfacción, pero también, de rabia, de frustración. En ese momento, Julia Figueroa, de 32 años, no sólo se aseguraba la plata en el Grand Slam de Tokio; no sólo firmaba uno de los mejores resultados de su carrera. Esas lágrimas, además, significaban una especie de renacimiento, de resurgimiento, después de una etapa especialmente inclemente. Aún le quedaba la final. Si hubiera conseguido la victoria y, por tanto, la medalla de oro, la judoca FER se hubiera convertido en la primera española en el ranking olímpico de menos 48 kg. No obstante, ese último combate era una misión casi imposible. Los peores pronósticos se confirmaban. Julia cayó ante la todopoderosa judoca local Natsumi Tsunoda. Además, a los pocos segundos de empezar a medirse.
Para la deportista FER, el año 2023 ha sido tenebroso. Todo comenzó a torcerse a finales de enero. Una lesión en la espalda le obligó a pasar por el quirófano. Julia permaneció alejada de los tatamis durante casi cuatro meses. Al estar inmersa en un curso preolímpico, optó por reaparecer más pronto de lo previsto. Volvió a competir a mediados de junio, pero sin excesiva suerte: tanto en el Grand Slam de Kazajistán, como en el Grand Slam de Moldavia, cayó derrotada en el primer combate. Lo mismo le ocurrió a principios de agosto en Budapest, sede del Masters. Y tampoco pudo brillar ni el Grand Slam de Bakú (séptima plaza) ni el Grand Slam de Abu Dabi, donde fue superada en la segunda ronda, los octavos de final. El billete olímpico empezaba a alejarse. Y se esfumó casi por completo tras la decisión tomada por la Federación Española de no convocarla para el Campeonato de Europa.
Con estos precedentes, otra deportista hubiera tirado la toalla, pero Julia no entiende de rendiciones, de renuncias, de resignaciones. Viajó al Grand Slam de Tokio consciente de que solo una hazaña podía revertir la situación. Sólo la medalla de oro le convertía, de nuevo, en la mejor española en el ranking olímpico de menos 48 kg. Y casi lo consigue. Sus prestaciones en la capital japonesa confirman que, al 100%, en plenitud de condiciones, es toda una garantía. Capaz de aspirar a todo. Incluso, por qué no, a una medalla en los Juegos. Para su desgracia, la fatalidad se ha interpuesto en su camino. El tren de París 2024 parece alejarse. La última palabra corresponde a la Federación Española. O decidir ya la embajadora nacional de menos 48 kg en la cita olímpica del próximo verano, o esperar hasta junio de 2024. Hasta ese momento, el calendario depara diversos Grand Slam, un Campeonato de Europa y un Campeonato del Mundo. Figueroa ha pedido turno de réplica. Si lo recibe, intentará aprovecharlo. Si no, lo acatará como lo que es: una deportista con mayúsculas.