Cuando Hugo Arillo concluye un combate y abandona el tapiz, no es fácil adivinar si lo ha ganado o lo ha perdido. Si está contento o triste. Hugo (Elche, 21 años) es el prototipo de la estabilidad, de la serenidad, de la moderación, de la frialdad. Su control de los sentimientos es extremo. Sobre todo, de la euforia, de la alegría, cuando hay motivos. El pasado viernes, sin embargo, el componente del Proyecto FER no podía ocultar, del todo, una cierta emoción. No era para menos. Había conquistado la plata en el Campeonato del Mundo de taekwondo, en Bakú. Pese a no estar en plenitud de condiciones a causa de unas molestias en su rodilla derecha, el taekwondista ilicitano dio sobre el tapiz toda una lección de clase, de recursos, de talento. Pero también, de madurez, de inteligencia, de sangre fría. Hugo, por fin, añadía a su palmarés ese hito que se le resistía en un evento internacional de campanillas. Seis días después de la gesta y a pocas horas de viajar a Roma, donde el sábado le espera otro torneo del máximo nivel, así se expresa el subcampeón del mundo en menos de 54 kg.
Dormí algo, pero muy poco. Después de competir, no es fácil conciliar el sueño, pero la del pasado viernes fue la noche de mi vida en la que menos he dormido. Las emociones estaban todavía a flor de piel. Además, estuve horas y horas contestando la gran cantidad de mensajes que había recibido en mi teléfono móvil. Ese 2 de junio fue un día muy intenso, inolvidable Ha sido una experiencia muy potente.
Sin ninguna duda. Una semana antes del Mundial, sufrí una rotura en el vasto interno de mi pierna derecha. En las horas posteriores al percance, estaba muy afectado, pero, felizmente, reaccioné bien. Con entereza y madurez. Asumí que iba a tener que competir en estas condiciones y me tranquilicé. Creo que esa rápida reacción se convirtió en el origen de la plata mundialista.
Sí. Ha habido mucha gente que me ha preguntado cómo soy capaz de manejar los tiempos hasta el límite. En todos los deportes, pero, quizás más en el taekwondo, el control de los nervios, de la presión, de las emociones, de los tiempos, es vital. Siempre ha sido una de mis fortalezas. En cierto modo, traslado mi forma de ser al tapiz. Pero sí, en este Mundial, he llegado más lejos que nunca… (risas).
Sobre todo, tras la victoria en el segundo combate ante el rival de Irán. Sufrí mucho en ese cruce. No tuve buenas sensaciones, pero lo saqué in extremis. En ese momento, empiezo a pensar en lo mejor.
Cuando llego a las semifinales, es decir, cuando llego ya a la jornada verpertina, no sentí presión, ni vértigo ni miedo escénico. Cuando salí al tapiz para disputar la semifinal, acompañado de un niño, con todo el juego de luces, con una cámara a mi lado, sentía alegría, orgullo, ganas de más. Me dije, ‘disfrútalo’. Y lo hice. La semifinal contra el turco ha sido uno de los mejores combates de mi vida.
Este resultado, en efecto, me va a permitir una gran subida en el ranking olímpico. Sé que mi compañero Adrián Vicente sigue con una ventaja, pero, con todos los grandes torneos que faltan, es inevitable no ilusionarme. Continúa siendo muy difícil, pero ya no lo es tanto. Vamos a ver qué tal lo hacemos este sábado en el Grand Prix de Roma. Espero recuperarme bien de todo lo vivido en las últimas jornadas. Y espero que la rodilla no me impida competir a tope.